File: Nika Nishima
Me desperté a causa del silencio.
Sé cuán extraño puede llegar a sonar eso, pero después de más de veinte años viviendo en una ciudad cosmopolita de la talla de Tokio, el ruido típicamente urbano comienza a formar parte de uno y es imposible desligarse. Y el hecho de que el silencio reinase en todos lados, como un manto grueso, imposible de atravesar, que cubriese la ciudad, era, como mínimo, alterante. Como máximo, el desencadenante de un terror de enormes proporciones.
Y yo me inclinaba por lo segundo. Tanto silencio…
Pero no era un silencio, en verdad.
Era... una completa y total ausencia de sonido.
Lo que resultaba mucho peor. El silencio implica la elección de no hacer ruido, y, por lo tanto, la presencia de un cerebro pensante. La ausencia de sonido, en cambio, no implica absolutamente nada más allá del hecho de que no hay nada que produzca el sonido.
Además, claro, estaba el hecho de que no había momento en que Tokio estuviera ausente de sonido o en silencio. En absoluto. Nunca
Me levanté de la cama algo asustada, y sintiendo en el fondo de mí que algo, algo, estaba mal. Más que mal.
No era sólo por la ausencia de sonido. Siempre podría haber sucedido algo que resultase en mi pérdida de la audición. Pero esa posibilidad quedó reducida a nada cuando pude escuchar mi paso resonando en la habitación cuando caminé hasta el placard.
No. Lo que me hizo pensar en la posible gravedad del momento fue la quietud que me rondaba.
No vivía en una mansión en medio del campo como solía hacer cuando vivía con mi ex novio, por lo que ahora mi hogar se comprendía de un departamento mediano demasiado cerca de una terminal importante de trenes. Por esa ubicación, desde la ventana de mi habitación siempre se veía una de las calles más transitadas de mi vecindario y siempre se tenía esa sensación de que todo estaba por suceder, de que todo estaba por comenzar a operar en cualquier momento. Ese día, nada se movía.
La calle esta desierta. Los negocios, pese a tener las puertas abiertas y las luces encendidas, estaban desiertos. Ni siquiera se escuchaba la campana que avisaba la llegada del tren.
Sentí mi sangre enfriarse en mis venas. De miedo. De terror. De necesidad imperiosa de salir corriendo.
Pura y exclusivamente por el miedo que comenzaba a sentir.
Ya no era una niña pequeña y asustadiza, y era fanática de las películas de terror. El escenario que se presentaba a mi persona de adormilados ojos y cabello despeinado era la primera escena de una película de George A. Romero basada en un libro de Stephen King.
Atenta a todo lo que pudiese escuchar, me puse unos shorts verdes, una remera blanca, y mis Converse rojas. Pero me detuve a medio camino de calzarme la zapatilla derecha.
Alguien estaba llorando en algún lugar cerca de mí.
"Hola?!" Llamé en voz alta, sintiéndome estúpida. En las películas de terror, siempre había creído que decir hola en voz alta era lo más tonto que alguien podía hacer. Y yo lo había hecho. Culpaba a la desesperación completamente racional que había comenzado a apoderarse de mí.
Nadie contestó, pero los sollozos se detuvieron, como si me estuvieran escuchando.
"Quién carajo está acá?" Chillé.
Sí, además de algo delirante, fanática de las películas de terror y amante del ruido, soy la persona más impaciente y quizás también malhablada del universo.
"Nika!!!!!!!" Chilló una voz aguda que conocía muy bien.
Incluso antes de que sus pasos atropellados se escucharan en el pasillo, yo salí corriendo fuera de mi habitación con la zapatilla en la mano. "Itoe!!!!" Grité.
Nos encontramos a medio camino del baño, y las dos nos abrazamos como si nunca antes nos hubiésemos visto.
Itoe Tomoe era mi compañera de departamento, mi amiga de toda la vida, la bonita rubia de baja estatura que parecía una muñeca, la única persona en la que confiaba para absolutamente todo. Y la única persona en el mundo real y en el de los vivos que me sentiría aliviada de tener conmigo si viviésemos una situación como la que se presentaba.
En algún momento mientras nos abrazábamos, yo misma comencé a llorar. No recuerdo cuando, pero sentía la humedad del vestido y la bata de enfermera de mi amiga en donde yo había depositado mi cabeza. Ver a Itoe llorar con esa desesperación era la única prueba que necesitaba para saber que algo estaba definitiva y terriblemente mal.
Nos quedamos así un tiempo.
Dos minutos?
Tres segundos?
Una hora?
Tres días?
No lo sé. El tiempo parecía no pasar.
Cuando ambas logramos calmarnos, acurrucadas bajo la mesa de nuestro pequeño living, Itoe me contó lo que sabía.
No había nadie en las calles.
Al menos, nadie vivo. Había encontrado cuatro cadáveres a lo largo de su camino desesperado hacia acá, pero el resto de la gente parecía haber desaparecido. No había señales en ningún lado de que alguien estuviera por ahí. Había sucedido algo de la noche a la mañana, mientras yo dormía en mi cuarto y ella descansaba de una de sus guardias de enfermería, que había ocasionado la desaparición de la gente.
Por un segundo, se me ocurrió pensar que quizás, todo esto no era más que una broma cruel de alguno de mis amigos.
"Cómo puede ser?" Pregunté, doblando mis piernas, y abrazándolas con un brazo, mientras el otro lo pasaba por el de Itoe, y recostando mi cabeza en su hombro.
Mi amiga se encogió de hombros. "No tengo ni las más puta idea." Sentenció al tiempo que se limpiaba el rostro de lágrimas. Itoe era casi tan malhablada como yo. Quizás era mi propia mala influencia.
"Esperame acá." Pedí, sabiendo que no iría a ningún lado de todos modos. Me arrastré de debajo de la mesa, hasta el mueble en donde teníamos la televisión, y la prendí, con la secreta esperanza de encontrar la cara de Ashton Kutchner gritando PUNK'DDDDDDD a todo volumen. No porque yo fuera particularmente importante, sino tal vez por mis ex novios. Atobe Keigo y Shiraishi Kuranosuke eran bastante conocidos internacionalmente, tanto como para que el querido Ashton se burlase de ellos.
Sin embargo, en lugar de la tranquilizante sensación de total humillación de saberme punk’deada en televisión satelital, me encontré con el sentimiento de desolación total al no poder sintonizar ningún canal más allá de la interferencia. En momentos así me preguntaba porqué demonios se me había antojado pagar satélite cuando no podía enterarme de las últimas noticias en situaciones de crisis.
Me senté en el suelo de mi departamento conteniendo las lágrimas, y volteé a mirar a la rubia sollozando.
“Bien…” Soltó Itoe, inhalando profundamente. “Bien… Qué tal si… probamos la radio?” Propuso, arrastrándose de debajo de la mesa.
No pude evitar sonreír ante el pensamiento siempre lógico de mi amiga, mientras la observaba sintiéndome desahuciada desde el suelo. Itoe se incorporó como una diosa, caminando con toda su elegancia hacia la biblioteca en donde guardábamos el equipo de música de última generación, regalo de Atobe. Ella encendió el aparato sin segundos pensamientos, y cambió el modo a radio. Interferencia fue lo primero que se escuchó. Ruidos que para mi trastornada mente demasiado imaginativa podía ser gritos de desesperación, llantos de agonía y respiraciones agitadas de víctimas de Jeepers Creepers.
Sin embargo, en alguna sintonización cercana al 108, cuando el dial finalizaba, la respiración agitada se hizo completamente real, seguida por un par de sollozos desesperados y a la vez resignados.
“Si… alguien me… me escucha…” Dijo de pronto una voz femenina entre llantos apagados. “Estoy encerrada en la cabina número 9 del colegio de medios y comunicación de Shibuya!” Exclamó, recuperándose.
Itoe y yo intercambiamos una mirada más que sorprendida. Y es que, en realidad, el hecho de encontrarnos ambas solas en esta situación casi por casualidad no ayudaba en lo más mínimo a sentirnos inmersas en la realidad, sino a un sueño lindante con los reinos de pesadilla.
“Todos están muertos. Desaparecidos!” Continuó chillando en voz baja la chica desde el otro lado de la radio. La recepción no era muy buena, y probablemente fuera sólo un enganche a la red común. “Si alguien me está escuchando…por favor… Mi… mi hermano está lastimado, necesito ayuda.” Rogó la chica. “Caminen de día. Ármense como puedan, vengan por mí o no. Bajo ningún concepto salgan de su escondite cuando esté oscuro.” La voz de ella comenzaba a sonar más firme y seguro a medida que hablaba. “La noche no es momento para pasear por las calles de Tokyo. Ni ahora ni antes. Esto… este virus, o enfermedad o lo que sea, afecta la tolerancia a la luz. Lleven una linterna encima todo el tiempo, y si se puede, luz blanca. Cualquier arma sirve. Carguen medicinas, gasas, alcohol, y fósforos. Si tienen encendedores, utilícenlos como lanzallamas de la mejor forma que se les ocurra.” Tomó aire, mientras Itoe y yo nos abrazábamos completamente aterradas. Ahora, el miedo era algo que corría por nuestras venas y nervios, inundando cada centímetro del cuarto. “La clase nocturna de locución, cátedra 2.348, sufrió el enviste de esta… locura, ayer, 21 de octubre de 2008, a las 23:38. El profesor Hanamoto fue uno de los primeros en… morir.” La chica tomó aire. “Para las 6:33 de la mañana de hoy, 22 de octubre, sólo quedábamos mi hermano, nueve compañeros, y yo. Ahora, sólo somos seis. Mi nombre es Ann Tachibana. Kippei Tachibana, Sakuno Ryusake, Senri Chitose, Zaizen Hikaru y Akira Kamio están conmigo. Necesitamos ayuda. Ya. No creo que podamos soportar otro….”
El ruido de interferencia aumentó al punto de tapar la voz de la chica, y poco después, fue lo único que se escuchaba. Y el silencio volvió a reinar en el departamento. No recuerdo cuando, pero en algún momento comencé a llorar con desesperación, temblando por la pura desolación, comprendiendo finalmente en dónde estaba.
La realidad apestaba.
Tema: File: Nika Nishima 
Jue Mar 12, 2009 4:35 am
