CAPITULO II

Bien, aquí dejo el segundo capi de la historia, donde se empiezan a vislumbrar otros conflictos y tensiones de la trama. Espero sea de su agrado. Y si, Amaya, Kei chin queda bien sexy asi xDD Prometo no abusar mucho de el, juro, juro!!!
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CAPITULO II

“Sé rápido como el trueno que retumba
antes de que hayas
podido taparte los oídos, veloz como
el relámpago que relumbra antes de haber podido pestañear.”

En cualquier momento la llamaría. Siempre lo hacía cuando se desarrollaban esas escenas. Siempre era lo mismo. Tan patéticamente predecible y desagradable.

La pelirroja aguardaba de espaldas contra la pared a escasos metros de la habitación de donde se oían algo sordos los gritos y gemidos de los hombres que estaban dentro. No es que le temiera a lo que sucedía dentro. Al contrario, sus primeros recuerdos de la infancia se entremezclaban con el olor de la sangre y la pólvora, y el tacto filoso de las katanas de su padre. Los golpes y torturas eran algo con lo que había crecido y de lo que había aprendido. No, no era eso lo que le generaba náuseas en estos momentos. Esa costumbre...esa maldita costumbre de llamarla para regodearse y lucir su magnificencia despiadada y glorioso poder...lo odiaba por eso.

Se abrazó a sí misma, recostando la cabeza contra la pared y cerrando los ojos. Otro golpe sordo era señal más que evidente que el pobre diablo que estaba dentro no había cumplido las expectativas del joven y ambicioso kumicho. Ella sonrió de lado, casi segura que la mayor parte del tiempo ella tampoco lo hacía. Bien por ella. Mal para él. Pero la ecuación le cerraba y no pensaba modificar ninguna de las variables. Al menos, no todavía. Giró la cabeza y agudizó su oído. No le costó mucho imaginar de modo casi demasiado nítido lo que ocurría detrás de las paredes. Las imágenes comenzaron a invadir su cerebro como si estuvieran siendo captadas directamente por sus retinas...

*++*

Un hilo de sangre comenzó a descender por la comisura de la boca del hombre que estaba tirado en el suelo, aferrando fuertemente su abdomen adolorido. La cara hinchada y la tonalidad algo morada denunciaban que no tenía las respuestas que su señor requería.

-Lo...lo siento Atobe sama...lo...

Un joven de cabello azulado se acercó al hombre del suelo y sin pestañear siquiera, golpeó nuevamente el rostro castigado con el pie.

-Al kumicho no le importa si lo sientes o no...era sencillo lo que debías hacer, y aún así...

El hombre escupió sobre la alfombra un líquido rojo espeso y otro de sus dientes cayó dando pequeños rebotes sobre el suelo. Cómodamente sentado en un sillón de estilo victoriano, el joven Atobe Keigo, nuevo kumicho de la familia Atobe, miraba la escena cruzado de piernas y dejando descansar su rostro sobre una de sus manos. Una sonrisa fría adornaba su rostro. El hombre en el suelo sintió un escalofrío recorriendo su espina, casi antecediendo lo que estaba seguro ocurriría. Keigo se acomodó en su asiento e hizo una señal al joven que estaba de pie.

-Oshitari...

El peliazul asintió en silencio y levantó el rostro del hombre de los cabellos, obligándolo a mirar hacia su señor. Con una lentitud casi solemne, Atobe se levantó de su asiento y caminó unos pasos hacia los dos. El hombre que estaba en el suelo, comenzó a lagrimear de modo inconsciente.

-Y ya era hora...-susurró un alto peliplateado mientras daba las últimas pitadas a su cigarrillo-ese inútil no sirve para nada...
-¡Cállate, Akutsu!-respondió el castaño de lentes que estaba a su lado en el mismo tono-no tengo intenciones de reemplazar al pobre infeliz que está en el suelo-Yagyuu Hiroshi fulminó a su compañero con la mirada. Este, como respuesta, exhaló el humo del tabaco sobre su rostro, con una sonrisa maliciosa-eres un idiota Jin...

Atobe se acercó hacia el hombre que yacía en el suelo golpeado con una sonrisa gélida.

-Taro…Taro...Taro....-dijo con voz pausada-es tan sencillo lo que te pedí...tan sencillo...¿cómo es posible que no tengas ninguna información sobre el malnacido de mi primito?-sin decir más, cruzó el rostro del hombre con una cachetada con el dorso de su mano, obligándolo a escupir nuevamente sangre sobre la alfombra-¡¡¿DONDE DEMONIOS SE METIÓ KAIZEN, TARO?!!
-No…no lo sé…kumicho sama…es como…como si...se lo hubiera tragado la tierra…-el hombre ahora temblaba como una hoja-nadie sabe nada…
-“Cómo si se lo hubiese tragado la tierra”… Eso no es lo que quería escuchar Taro…-un nuevo golpe lo tumbó en el suelo-nadie desaparece de la vista de las serpientes…y mucho menos una de ellas…
-Yo…yo…
-¡Suficiente!-Keigo desenfundó el arma y sin dudar siquiera apuntó al rostro del hombre-lo siento, Taro, pero no puedo aceptar fallas dentro de la familia…-sin abandonar la sonrisa del rostro jaló el gatillo con la mano firme. El hombre cayó hacia atrás por el impacto y un charco de sangre espesa comenzó a expandirse desde la herida de su cabeza.
-Necesitamos ampliar la búsqueda, Yuushi…ese desgraciado no puede haber desaparecido tan fácilmente…-dijo sin expresión alguna, tirando el arma hacia el chico. Yuushi la atrapó en el aire con soltura-¡Maldición! Alguien tiene que haberlo visto…-una leve sombra de perturbación se asomó en el semblante de Keigo, pero logró disimularla rápidamente detrás de una sonora carcajada repentina-al menos…éste sabrá que nadie defrauda a Atobe Keigo…¡HIKARU!

La muchacha pelirroja sonrió al escuchar su nombre y con cierta resignación suspiró antes de entrar al recinto. Su cuerpo esbelto estaba enfundado en un mínimo vestido ajustado de color negro, luciendo sus largas piernas en zapatos de tacón alto. El cabello cobrizo caía suelto en ondas sobre los hombros desnudos. Entró a la habitación y caminó con la elegancia y sensualidad que la caracterizaba, ignorando por completo las miradas algo lascivas de los hombres. Sólo se concentró en la mirada azul de su esposo y regalándole una sonrisa fresca. Cuando llegó a donde se encontraba el cuerpo del hombre en el suelo, sólo bajó la mirada e hizo una mueca de desagrado. Levantó su pierna y pasó por encima de cadáver como si fuera un costal de arroz, apenas inmutándose, evitando mancharse los finísimos Jimmy Choo rojos con sangre.

-Keigo…amor mío… ¿Es necesario que mates a la gente dentro? ¿Sabes lo que costará limpiar la alfombra?-le sonrió al llegar a su lado y se colgó coquetamente de su brazo-¿es muy difícil hacerlo fuera?

Yuushi frunció el seño al ver a la chica

-Hikaru sama, no pase por favor por encima de un cádaver…es de mala suerte…

Hikaru volteó el rostro y miro a Yuushi, luego al hombre en el suelo y nuevamente al chico.

-¿Mala suerte?-sonrió de modo burlón-¿Qué tan peor le puede ir ahora?

Atobe lanzó una carcajada y jaló a la muchacha de la cintura, besándola en la boca de modo posesivo.

-A veces adoro tu sentido del humor linda….-le dijo cuando la soltó
-Gracias Keigo…lo sé-besó su mejilla-supongo por la escena que el buen Taro no encontró nada…

Keigo frunció el seño y la soltó de pronto.

-El muy maldito de Kaizen…nadie sabe donde se metió…
-Tal vez no lo estén buscando bien…-Hikaru sonrió burlona
-Tal vez deberías cerrar la boca-la fulminó con la mirada
-Tal vez deberías ser más amable…y tus hombres no se irían…-susurró esto a su oído para que sólo él y Yuushi lo escucharan. El rostro de Keigo se transformó en una mueca casi grotesca de ira y frustración. La tomó del brazo de forma ruda y la sacudió un par de veces. La pelirroja sonrió ante la pérdida de control del siempre impasible Atobe Keigo.
-Maldita seas, mujer…debes aprender a mantener la boca cerrada…¿o prefieres que te enseñe por las malas?-Atobe curvó los labios en una sonrisa perversa. Sus ojos brillaron por unos segundos de ira. Se encaminó hacia la salida arrastrando a Hikaru con el-¡Oshitari! Encárgate de eso…-gritó antes de desaparecer por la puerta
-Si, kumicho…

*++*

La puerta de la habitación se abrió violentamente. Keigo entró hecho una furia arrastrando a su esposa del brazo. Sin demasiado preámbulo, la zarandeó hasta ponerla frente a él y mirarla a los ojos. Hikaru confrontó la mirada asesina del chico sin inmutarse. Esto, solo sirvió para enfadarlo más de lo que ya estaba.

-Las mujeres deben ser sumisas, Hikaru-sonrió relamiéndose sus labios-¿el viejo Fujiwara no te enseño eso antes de morirse?
-Búscate a una que le interese entonces…y no te atrevas a meter a mi padre en esta conversación, Keigo…
-No necesito buscar…ya me regalaron una…sólo necesito domarla un poco más…-diciendo esto, tomó a la chica del cabello y tiró de él obligándola a levantar el rostro-sabes que me gusta tu espíritu salvaje pero…hasta un “mustang” necesita ser domado…

Hikaru sonrió desafiante.

-No es mi culpa que no puedas encontrar a tu primo, Keigo…si tus hombres te abandonan, deberías realizar una autocrítica…primero Kenya…ahora Kaizen…¿el próximo será el mismísimo Yuushi?

Hikaru estaba presionando demasiado y lo sabía, pero le generaba cierto placer morboso sacar a Keigo de sus casillas. Casi se animaría a decir que le generaba más satisfacción que el placer sexual que hallaba por las noches entre las sabanas. La pelirroja sonrió. Así como antes, sabía lo que venía ahora. Se relamió ante la expectativa.

-Eres una maldita…-en un revés rápido, el chico cruzó el rostro de la pelirroja. El golpe la arrojó en la cama de lleno y le partió el labio. Hikaru se llevó la mano al rostro lastimado y sonrió por lo bajo. Por supuesto, no era la primera vez, ni sería la última. Su lengua se asomó entre los labios y probó con la punta el líquido salobre y metálico que comenzaba a correr por la herida. Sintió como el pómulo le latía caliente. Seguramente se pondría negro. Ella podría soportarlo. Había recibido peores, pero el sólo hecho de generar un leve sentimiento de culpa en el “kumicho”, sabía a gloria. A pesar de lo que aparentara, el hombre la respetaba bastante, casi podía decirse que la apreciaba. Lo odiaba por eso. Elevó la vista y la clavó en el rostro de Keigo.

-Mierda, Hikaru. ¿Ves lo que me obligas a hacer?-casi parecía realmente arrepentido
-Me imagino…-la chica retrocedió en la cama. El vestido se deslizo hacia arriba, dejando expuesta más piel que antes, si eso era posible. Keigo se relamió ente la escena y en dos pasos estuvo en la cama, encima de la pelirroja. Acarició sus piernas lentamente e introdujo una de sus manos debajo de la falda. Con la otra volvió a aferrar el cabello de ella y tiró de él hacia atrás, dejando expuesto el cuello de la joven. Lamió siguiendo el recorrido de la yugular, hasta besar sus labios lastimados, presionándolos con los dientes hasta lograr que sangrara aún más.

-¿Por qué no eres sumisa como toda buena esposa, Hikaru?-susurró a su oído-la mujer debe obedecer al hombre en todo momento…
-Cuando encuentre uno…lo reconsideraré, Keigo…-sonrió desafiante, logrando recibir una nueva cachetada por parte del joven que tenia encima-maravilloso…tal vez esto te ayude a encontrar a tu primo…

Keigo la soltó finalmente y se levantó, alejándose de la cama.

-Vete a la mierda, Hikaru. Sólo eres una maldita zorra…-sin decir más, salió de la habitación con paso seguro, sin voltear a ver a la chica.

Una vez sola dentro de la habitación, Hikaru se levantó cual resorte de la cama, ignorando los golpes recibidos. Se desnudo quitándose el vestido y arrojándolo en un rincón. Cambió su atuendo por un jean ajustado y una camisa sin mangas. Ni siquiera se detuvo a ponerse un brassier. Quería salir de ahí lo antes posible. Se calzó unas botas más cómodas y un sobre todo largo. Tomo de su bolso y abandonó la habitación dando un portazo.

El pasillo largo la condujo hasta la cocina. A esa hora, difícilmente hubiera alguien dentro. Sólo quería un poco de hielo para bajar la inflamación de su mejilla. La herida del labio tardaría en cerrar y había comenzado a sangrar de nuevo. Dejó el bolso en una de las sillas y sacó de la heladera una cubeta con hielo. Con un cuchillo comenzó a picarlo en pequeños fragmentos, casi automáticamente. Antes que pudiera ser consciente de ello, las manos comenzaron a temblarle.

-Rayos…-apretó el mango del cuchillo con fuerza y cerró los ojos. Con la puño libre golpeó la mesada con fuerza-¡¡¡MALDITO SEAS!!!-sin mirar siquiera, con un movimiento rápido de muñeca arrojó el cuchillo contra la pared, clavándolo con precisión y destreza en el centro de una cabeza de ajo que colgaba de la pared-mierda…
-Sorprendente…-la voz a sus espaldas la sobresaltó
-Yuushi… ¿Qué haces aquí?-el chico estaba apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados mirándola casi divertido, a escasos centímetros del cuchillo clavado en la pared
-Venía a ver como estabas….-viendo de reojo hacia la pared-pero la próxima vez, mejor golpeo antes de entrar…-suavemente quitó el cuchillo y lo colocó sobre la mesada. Se acercó a la joven y la miro de arriba abajo. Acarició la mejilla que comenzaba a ponerse morada-en verdad no me gusta que te golpee…
-Si, por supuesto. Te quita el sueño…-ella retiró la mano de Yuushi de su rostro-ya déjalo…
-Pero es cierto que…-tomo ahora a Hikaru de la nuca y la obligó a verlo a los ojos-deberías ser más sumisa…-se acercó a ella y con la lengua lamió la pequeña gota de sangre que resbalaba por la comisura de su labio, sonriendo-aunque también es verdad que hay cierta irresistible atracción en la naturaleza salvaje de las cosas…

Hikaru lo fulminó con la mirada y lo separó violentamente.

-¡Vete al cuerno, Oshitari!- se alejo tomando su bolso-eres tan basura como él-con paso seguro abandonó la cocina camino a la cochera. Arrojó su bolso en el asiento del acompañante de su convertible negro. Con el dorso de la mano se limpio los restos de sangre del labio y, con manos temblorosas, tomó de uno de los compartimentos delanteros un cigarrillo del atado empezado que tenía y lo encendió impaciente. Dio arranque al auto y luego de calzarse los lentes de sol, salió sin mirar hacia atrás.

En la cocina, aun de pie, el peliazul abrió lentamente la heladera y tomo una manzana. Sacó su celular del bolsillo del pantalón y marcó un número. Mientras esperaba que atendieran, dio el primer mordisco a la fruta.

-¿Si?-se escuchó del otro lado de la línea
-Ya salió, síguela y me mantienes informado. Y que no se te vaya a escapar, Masaharu…si no quieres ser comida de los peces por la mañana-sin decir más, cortó la comunicación y se alejó dejando la cocina desierta.

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