File 8: Mae Narusegawa
Si alguien me hubiera dicho algunos días atrás que iba a estar en una patrulla, con cinco desconocidos y un demente, pervertido con complejo de Casanovas… me hubiera reído en su cara y probablemente hubiera aprovechado para tomar su billetera.
“Vamos, Mae dearest! Es tu turno.” Exclamó Taisuke desde el asiento del pasajero. La pelirroja estaba manejando, y era una de las pocas chicas que había visto manejar impecablemente en toda mi vida.
Yo fruncí el ceño, y me negué a lo que fuera que me estaban coersionando a hacer. Pero el bastardo de Taisuke tenía una manera muy particular de conseguir todo lo que quería. Era un maldito seductor, y cada vez que te sonreía con esos ojos verdes, te daban ganas de acostarte en el suelo y dejar que hiciese lo que quería.
Me crucé de brazos. “Está bien.” Acepté. Y empecé a cantar la primera canción que empezase con S que se me ocurría. Pero lo hice de las formas más desganada, aburrida, y pausada que pude. Tenía que hacer un punto!!
Todos se rieron de eso, y yo me detuve rápidamente.
“Slipknot, es tu turno.” Sentencié, señalando al chico de los piercings. Él no opuso ningún tipo de resistencia, y empezó cantar una canción en inglés que empezaba con B.
Así estuvimos las próximas dos horas, intercambiando de conductor cada tanto y siguiendo las indicaciones de la pelirroja. Dormimos como pudimos, desparramados en cada rincón libre del vehículo. No fue lo más cómodo, pero había dormido en lugares peores. Como la casa de mi ex novio. Ese lugar era una pocilga. Y ni siquiera era para marcar un punto. No, era naturalmente…. pocilguero.
“Oy!” Exclamó de pronto Taisuke, despertándome de mi siestecita. El idiota había estado recostado sobre el asiento, con la cabeza en la pierna de la pelirroja, que manejaba a más de 170 kilómetros por hora. Por poco y no aprieta el freno.
“Imbécil!” Se quejó, asestándole un golpe en el medio de la frente que lo obligó a correrse hacia atrás, y, por ende, golpearse la cabeza con el vidrio de la ventana. Estallé en carcajadas. No era para menos.
Afuera, ya estaba de noche, y seguramente eso era lo que ponía la velocidad en el vehículo, con las luces bajas, y la música apagada, para gastar poca gasolina. Gracias al cielo no era una patrulla eléctrica.
“Tenemos que ir a Yokohama!” Exclamó.
“Me estás cargando?” Escupió la pelirroja con brusquedad. “Acabamos de pasar esa salida.” Soltó.
Yo me reí ante eso. “Como si a alguien le importase que hicieras un giro en U ahora.” Me burlé, y ella enrojeció, dándose cuenta de mi error. Nadie más había despertado y me sorprendió demasiado que ella aceptara las indicaciones de Taisuke sin preguntar razones ni nada. Si yo hubiera estado en su lugar, me hubiera negado rotundamente. Estábamos en peligro de muerte! No se podía aceptar ese tipo de distracciones. Además, probablemente tendríamos que entrar en una estación de servicio antes de divisar Yokohama, y yo no pensaba ser la que bajase.
Pero la pelirroja lo aceptó sin dudarlo.
Asombroso. Mejor que el Sorprendente Mundo de Beakman.
“Gracias.” Sonrió Taisuke, inclinándose para besarla en la mejilla. En el poco tiempo que habíamos convivido, me había dado cuenta de que tendía al cariñismo occidental. Y eso que habíamos estado en celdas opuestas. Pero se le notaba.
Seguramente era un niño de familia adinerada que había decidido marcar un punto por rebelde, o por principios o algo así. No porque mereciera menos respeto por eso. Pero podía apostar que en su vida había pasado hambre.
La colorada siguió manejando a gran velocidad, atenta a la ruta, cuando, más o menos veinte minutos del cambio de dirección, se volteó a mirar a Taisuke.
“Puedo saber por qué vamos ahí?” Preguntó. Era curiosa.
“Para mí que se olvidó alguna chica en su casa y la recordó recién ahora.” Me burlé.
Taisuke me guiñó un ojo. “Algo así. Olvidé a mi hermano. Ya que estamos por el vecindario, me imaginé que sería buena idea visitarlo.”
El crío –porque eso era, un crío- había logrado llevar al grado de maestría el ocultar sentimientos, y cuando nos sonrió a nosotras, nada brillaba en sus ojos más que alegría, diversión y travesura.
Pero yo era tan buena en leer sentimientos como él en ocultarlos y pude ver lo que realmente sentía. Miedo, nervios… por su hermano. Seguramente no lo veía hacía tiempo y… tenía que saber. No lo culpaba. Hubiera hecho lo mismo si no supiera que mi familia ya había muerto. Había pasado antes de ir presa, cuando la locura del virus recién comenzaba. Los había visto caer los unos sobres los otros devorándose. Era desagradable, pero a la vez… parecía algo natural. Del polvo al polvo, y tierra a la tierra… Bullshit. De la carne a la carne. Eso era real.
“Bien. Es una razón tan buena como cualquier otra. Quizás podamos ir de compras.” Rió la pelirroja, siguiendo el juego. Ella necesitaba tanto como él esconder lo que sentía.
“Y dormir en un hotel, con bañeras de porcelana y agua hirviendo.” Aceptó Taisuke.
“Y todos los perros van al cielo.” Interrumpí yo. Por mucho que me gustaría aceptar ese jueguito como el de La vida es bella… Era demasiado cínica como para jugarlo.
Ambos me miraron, y poco después estallaron en carcajadas.
“Qué? Es cierto.” Sentencié, tratando de no sonreír.
“Tu hermano, eh?” Pregunté poco después, para apagar el silencio.
Taisuke asintió. “Es mi hermano mayor.”
Pero no dijo más. La colorada y yo lo aceptamos con naturalidad.
“Nunca tuve hermanos.” Sonrió ella con melancolía. “Supongo que es un punto a mi favor en esta situación…” Agregó en voz baja.
“Muy probablemente.” Aceptó Taisuke, recostándose contra el hombro de ella, y poniendo los pies sobre el asiento. La pelirroja no lo empujó como haría yo. Y como haría ella, supuse, pero estaba durmiéndose.
“Oye, colorada, déjame manejar a mí.” Ordené, sin esperar respuesta mientras me movía al asiento de adelante sobre Taisuke. Ignoré su mirada de pervertido.
En el tiempo que pasamos conviviendo en el auto, habíamos desarrollado un sistema excelente para cambiar de lugar y en ese momento lo puse en acción.
La colorada no se opuso, y se deslizó fuera del asiento del copiloto al mismo tiempo que yo me movía allí. Apenas unos segundos después, ella estaba acurrucada contra la puerta, con Taisuke acurrucado contra ella. Eran una imagen digna de una carta postal. Así de asquerosamente bonitos se veían.
Estuve manejando sola en el terreno de la consciencia por al menos media hora más, hasta que el chico de los piercings despertó. Era un chico algo extraño, demasiado violento, pero confiaba en la gente con facilidad. Aunque no había aceptado en sacarnos, una vez estuvimos encerrados en el auto, su actitud cambió rápidamente, y nos aceptó como parte del grupo. Sospechaba que igual había pasado con los demás.
Hablamos de estupideces, con tal de mantenernos despiertos y no concentrarnos en las figuras moviéndose contra las pocas luces encendidas. No era algo tranquilizando estar casi en el medio de la nada. La ciudad daba sentido de seguridad, de algún modo extraño y retorcido.
Tema: File 8: Mae Narusegawa 
Lun Mar 16, 2009 5:07 am
